Pasaste por el yugo sufriente de la muerte;
una pasión cruenta, salvaje, despiadada;
nadie pudo ayudarte, nadie pudo hacer nada;
un cáliz que tú solo tuviste que beberte.
Y cómo al tercer día ha cambiado mi suerte;
cesan los nubarrones y nace la alborada;
Jesús que resucita; mi alma está salvada;
ya no estás como antes, cárdeno, frío, inerte.
Se escucha un aleluya, retorna la sonrisa;
mi corazón cansado ya late más deprisa
y avizoro el camino que lleva hasta la gloria.
Señor, cuánto te quiero; permíteme este llanto,
sigue conmigo el tiempo que dure este entretanto
de que un día en el cielo yo cante tu victoria.