Todo el pueblo le da la bienvenida;
palmas, flores, sonrisas, ilusiones;
palabras de cariño en las canciones;
la promesa de Dios reconocida.
No se puede narrar tal acogida;
Jesús, entre un fragor de aclamaciones,
imparte con amor sus bendiciones;
la gente le agradece su venida.
En la tarde la luz, que palidece,
anuncia la tiniebla que aparece
para extender su faz, triste y oscura.
No se arredra Jesús; sigue adelante,
su misión ha de ser determinante:
ha comenzado Cristo su andadura.