jueves, 8 de septiembre de 2016

¡Madre mía!

Yo confiaba en ti cuando lloraba;
tú pensabas en mí cuando reía
y quisiste esperar, tu amor sabía
que era tuya mi alma enamorada.

Qué pedir a una Virgen tan amada
a la que desde niño bendecía,
a la que digo con fervor: ¡María,
Madre de Dios y bienaventurada!

Te compasión de un pobre avergonzado
que, vacías las manos, a tu lado
quiere ansioso acudir cuando el regreso.

Te ruego que al llegar a visitarte,
sin llevar nada mío para darte,
tú digas: ¡hijo mío, dame un beso.