Dulces tardes, Señor, con tu presencia,
la Palabra en tu voz, tu compañía;
bellas horas en paz, con la alegría
de mantener tu luz en mi conciencia.
La inquietud que contigo se silencia;
la elevación del alma, la agonía
que se marcha por fin, y la armonía
que infundes con tu amor, con tu influencia.
Los consejos que quieres que entendamos;
tratar de que seamos como hermanos;
abrir siempre tus brazos a cualquiera.
Estos fueron tus plácidos momentos,
sin dudas, sin gemidos, sin lamentos,
aún sabiendo el martirio que te espera.