Tú, mi Señor, a Juan has preparado
para indicar a todos el camino,
y has cambiado por siempre su destino
a los que en el Jordán ha bautizado.
Tú, que hiciste que viera mi pecado,
me enseñaste a llorar mi desatino
y a confiar en ti, pues adivino
que puedo ya pedir ser perdonado.
¿Me encontrará ese Juan que me ha buscado
para que pueda ser purificado,
o verá que mi casa está desierta?
Quiero darle, Señor, la bienvenida
y así sabré, cuando mi despedida,
que el cielo me tendrá su puerta abierta.
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