Un don de Dios que
llega como un río,
como una luz del
cielo que se irisa,
como una dulce y
delicada brisa
que se encadena,
amante, al albedrío.
Yo la intento
alcanzar y me confío
al alegre rumor de su
sonrisa;
he de olvidar el
ansia de mi prisa
y el dolor de mi
triste desvarío.
Se terminó el morir y
me parece
que no existe un
aliento que fenece;
de parte del Señor
estaba escrito.
Que sirva esta
canción de despedida,
pues si veis que mi
vida está dormida,
es que ya está
volando al infinito.
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