sábado, 7 de febrero de 2015

La fe


Un don de Dios que llega como un río,
como una luz del cielo que se irisa,
como una dulce y delicada brisa
que se encadena, amante, al albedrío.

Yo la intento alcanzar y me confío
al alegre rumor de su sonrisa;
he de olvidar el ansia de mi prisa
y el dolor de mi triste desvarío.

Se terminó el morir y me parece
que no existe un aliento que fenece;
de parte del Señor estaba escrito.

Que sirva esta canción de despedida,
pues si veis que mi vida está dormida,
es que ya está volando al infinito.

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