Mi sala, sin querer, tuve desierta,
clausuradas mi puerta y mi ventana,
llenos mis pensamientos de desgana,
mi ilusión, sin saberlo, casi muerta.
Y lancé mi saeta a ciencia cierta
de que resonaría, cual campana,
para implorar la luz de la mañana
y poder enseñar mi casa abierta.
Descubrí que eras tú mi convidado
y decidí vivir siempre a tu lado
en mi intento de hallar el Paraíso.
Me enseñaste a mirar lo que creaste
y comprendí el amor que te dejaste
en todo, mi Señor, lo que diviso.
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