Soy ya viejo, Señor, y así lo asumo,
por tanto en los lugares donde estoy,
bien patente demuestro lo que soy:
hablo de un tema y otro y los consumo.
Enderezar entuertos es mi meta;
siempre de los demás, nunca los míos.
Soy un mandón en muchos desvaríos y
debo dar a todos mi receta.
¿Para qué reflexivo o taciturno?
Por eso tanto afán de perorata.
Mil detalles que forman cabalgata
y ni pensar a nadie dar su turno.
Qué difícil si hablo es ir al grano;
¿cómo omitir, Señor, tanto detalle?
Aunque el otro esté al cabo de la calle,
valorará lo sabio de un anciano.
De los demás, ni oír quiero sus penas;
si acaso, yo les cuento algún achaque;
para que en algo mi dolor se aplaque,
que me digan de mí mis cosas buenas.
Claro en mi mente está lo recordado;
ellos cuentan sus cosas, que se dudan;
con oírme, seguro que se ayudan;
yo cómo voy a estar equivocado.
Todos los de mi edad, viejos gruñones;
yo gozando de mucha simpatía
y ganando elegancia cada día;
los demás, adiposos, barrigones.
Todo lo veo mal; no me preguntan
cómo tienen que hacerse las gestiones;
sin mis consejos, sin mis opiniones,
no saben lo que hacer, ni lo barruntan.
Si grabo lo narrado en mi conciencia
y pienso que es verdad lo relatado,
si he sido consecuente en lo contado,
que me sirva lo escrito de advertencia.
Tú que tanto sufriste y tanto amaste,
que tanta salvación me has regalado,
¿cómo no aprovechar lo que me has dado?
¿Por qué olvido, Señor, lo que enseñaste?
Qué retrato más fiel, qué pesadilla
y qué oportunidad desperdiciada;
qué vergüenza, Señor, qué campanada,
una vitalidad de pacotilla.
Es tanta vanidad lo que me inculpa;
quiero ser al revés de lo contado;
pido perdón al ver dónde he llegado;
de todo lo pasado “mea culpa”.
Inspirado en la “Oración de un monje irlandés del siglo XVII”
martes, 18 de enero de 2011
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
Abuelito, querido, ¡qué me gusta leer estos versos! Especialmente el de la elegancia!
ResponderEliminarNos encanta oir tu sabiduría y reír con tus bromas y simpatía.
Un abrazo a esos años tan bien vividos.
Tu nieta.
Ay, qué sería de nosotros sin ti, sin tus peroratas, sin tus chanzas, sin tus chistes escenificados, sin esa elegancia que ninguno hemos heredado tan completa, y sin tus apaños, a los que muy pronto se apuntó tu primer nieto con aquel "abuelo arregle" cuando siempre destrozaba sus juguetes...
ResponderEliminar