En la calle la cruz se mece erguida,
la sangre se derrama en el madero;
gentes piadosas cubren el sendero;
la imagen del Señor se ve sin vida.
El costado nos muestra la honda herida,
los clavos lo mantienen prisionero;
labios inertes tras el ¡ay! postrero
después de dar perdones sin medida.
El cielo se oscurece y las estrellas
parece que se apagan todas ellas;
sólo se ve en el trono una silueta.
Alguien siente que Cristo está cercano
y mientras cubre el rostro con su mano,
intenta balbucir una saeta.
EL AUSENTE
Todo queda en silencio; ya se ha ido.
En el pecho la pena y la congoja
de un sentimiento triste y dolorido.
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