La noche que guarda los ecos dormidos
esconde en su sombra los soles cansados,
engendra en su seno los rayos dorados
y cada mañana los da renacidos.
Los amaneceres dan luz a las flores
que sueñan colores a orillas del río,
que guardan las gotas del fresco rocío
y cuando despiertan nos dan sus olores.
La vida renace, los pájaros cantan,
los trigos se doran, reviven las rosas;
un murmullo nace de mil mariposas
que al aire, despacio, sus alas levantan.
La naturaleza prosigue incesante;
multiplican hojas los campos frondosos,
los celestes brillan en cielos hermosos,
la hierba se pinta de un verde brillante.
Las nieblas semejan vapores de tules,
el mar, a lo lejos, acuna la brisa;
es el horizonte como una sonrisa
que va separando dos clases de azules.
Las enredaderas, con hojas andantes,
habitan parajes de bosques floridos;
por entre las ramas, buscando sus nidos,
van los gorriones en vuelos rasantes.
Suena un arroyuelo; parece un cristal
que irisa las luces con vivos reflejos;
aguas transparentes que vienen de lejos
y luego se esconden tras un matorral.
Muy cerca del agua, en una rivera,
las cañas se doblan, los juncos se mecen;
airosas figuras danzantes parecen,
en un escenario que el río tuviera.
Los soles calientan la tierra, que arde;
lunares de sombra el cielo oscurecen;
nubarrones grises sus lluvias ofrecen,
en gotas menudas que enfrían la tarde.
El campo florido la calma recobra;
dibujan sus rutas los aires constantes;
los verdes laureles se muestran brillantes,
y un bello arco iris corona la obra.
De “Mis campos”
sábado, 26 de diciembre de 2009
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