sábado, 26 de diciembre de 2009

Trinidad

I


Quién sabe si silencio,
si luz, oscuridad o lejanía;
quién sabe si materia o pensamiento;
antes de ser los tiempos,
antes de los comienzos,
el Dios del Universo ya existía.

Un Creador de espacios siderales,
de estrellas, cielos, vida, ciencia pura;
la mejor, la más grande arquitectura,
sin trabas en las horas, sin anales.

Sin querer, meditando humildemente,
con toda sencillez me lo figuro
como Señor del Cosmos y aseguro,
que pienso en su poder y consecuente,
un gran respeto núblame la frente.




II



Y veo un Creador,
sin principio ni fin, suelo ni techo,
mirarse en los espejos celestiales
con la satisfacción de lo bien hecho,
y al verse reflejada su figura
desde el cielo al abismo,
se mira y ve a su Hijo que es Él mismo;
como si en un rosal
con una sola rosa,
que nadie ha visto nunca deshojada,
si pétalos separas
de forma delicada,
en esa misma flor
un capullo se hallara;
flor sería curiosa:
es rosa y es capullo
y son la misma cosa.



III



Dios y su propia imagen,
la del celeste espejo reflejada,
Dios y su propio Hijo,
en éxtasis divino
se sienten enlazados,
y de ese gran Amor
van llenando los cielos
con aromas, con vuelos,
con auras, con perfumes,
con la suave belleza
de un místico clamor,
que de ese mismo son vienen brotando
al nacer de los dos.

Y como algo que vuela alrededor,
como si de una blanca
paloma se tratase,
del Dios que es Padre e Hijo en la Verdad,
otra Persona alienta
que Espíritu nos da
y son Uno y son Tres
Divina Trinidad.

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